Estr�s* Don Quijote defiende el buen nombre de Dulcinea
odav�a flotaba en el aire la estela de agradecimientos de don
Quijote, cuando este se encontr� con un grupo de comerciantes de
tela. Pero como los tom� por pobladores de su mundo imaginario,
crey� que eran caballeros andantes como �l. Se plant� en medio del sendero,
frente a ellos, y con la frente en alto exclam�:
T
��Alto! �Alto! �Alto ah�!
Los comerciantes se miraron entre s�. Si alguien hubiera podido leer lo
que dec�a la expresi�n de sus rostros, habr�a le�do: "Este tipo est� loco de
remate".
Uno de ellos puso cara de tonto y pregunt�:
��A cu�l de nosotros se refiere al decir "alto"? Porque somos todos m�s
bien de baja estatura. Por lo que veo, aqu� usted es el �nico de mucha altura.
Don Quijote respondi� de inmediato:
�Caballeros, parece que mis palabras no les resultaron claras.
��Pero qu� clara ni qu� yema ni qu� huevo duro! �Y salga del medio
porque tenemos apuro! � dijo uno de ellos con muestras de enojo en los ojos.
�Se�ores, yo no me refer�a a su altura. No me importa si son altos o
bajos. Lo que quiero es que frenen su marcha.
�Por favor, salga del medio. No estamos de paseo. Tenemos mucho
trabajo.
�Les digo que se de...
��Nos dice que sabe de qu�?
�No, no digo que s� de algo.
�Y si no sabe, �para qu� habla?
�Les digo que se dete...
��Nos dice "qu� sed de t�"? �Pero qu� t� ni qu� caf�! �Qu� quiere, que le
sirvamos un t�? �Se cree que somos sus lacayos? �Haga el favor de salir del
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miércoles, 24 de abril de 2013
Ojito con el sol del verano sobre todo.
SON PELIGROSOS LOS LUNARES
Los nevus o lunares son unas manchas pardas, más o menos oscuras, que salpican nuestra piel en número que puede llegar hasta los 15 o 20. Los lunares, que están constituidos por células nérvicas unidas a modo de ramillete o nido, van apareciendo progresivamente a lo largo de la infancia y adolescencia, llegan a su máximo en la etapa adulta, y empiezan a borrarse en
la vejez.
Generalmente, estas manchas -que a veces resultan atractivas y en ocasiones desagradables- no son peligrosas. Pero en casos excepcionales, uno de losinocentes puntitos evoluciona hacia una forma de cáncer de piel bastante grave, el melanoma. Aunque existen tumores melánicos benignos, son frecuentes las neoplasias pigmentarias de evolución clínica maligna, como e lmelanosarcoma. Pero, cómo podemos saber cuándo un lunar es peligroso?
Al inspeccionar un nevius debemos tener en cuenta su tamaño, que
normalmente no excede de 5 milímetros de diámetro. Según los dermatálogos, a partir de los 10 mil metros, el lunar empieza a ser sospechoso. La coloración es otro indicador de la salud de la mancha. Si su color es uniforme, estamos fuera de peligro; pero si presenta distintas tonalidades o contiene puntitos de color rojo, azul o blanco, es recomendable visitar al especialista.
La forma del lunar, que debe de ser de limites bien definidos y marcados, y su naturaleza también puede darnos algunas pistas. Si es congénito, o surge en los primeros meses de vida, conviene extirparlo. Por último, hay que tener en cuenta la localización del lunar. Los nevus acrales, ubicados en las piernas, pies, brazos y manos, es recomendable que sean examinados por el dermatólogo, así como los situados en el aparato genital, cuello y articulaciones, que están sometidos a frecuentes traumatismos.
sábado, 20 de abril de 2013
Casi mini autobiografia de un cuarto de mi vida.
PRUEBAS DE TOMAS RIOJA SANCHEZ
En un lugar de Madrid de cuyo nombre no quiero acordarme, vivía un niño como todos los barrios periféricos del Madrid de los años cincuenta, estaban habitados por gente trabajadora, normalmente inmigrante del campo y de otras provincias, venían a Madrid en busca de una nueva vida ya que en su lugar de origen no tenían prácticamente trabajo ni ningún medio de vida. Por entonces y teniendo siete u ocho años de edad, iba a un colegio “nacional” de los de antes no de los de ahora. No me podía quejar de la vida que llevaba, yo no me daba cuenta de las necesidades que mis padres pasaban, ya que entonces éramos una familia “numerosa”, compuesta por mis padres y cuatro hermanos, iba al colegio, tenia amigos, no pasaba hambre y el ambiente familiar era excelente, pues éramos una familia que nos llevábamos todos bastante bien. Iba al colegio a eso de las nueve de la mañana y al llegar al teníamos que formar en el patio del colegio, tipo mili, alineándonos con el brazo estirado apoyado en el hombro del que estaba delante, tipo mili, asimismo una vez bien formados teníamos que cantar el himno de la falange y el de los monárquicos aquel que decía “por dios por la patria y el rey, murieron nuestros padres, por dios por la patria y el rey moriremos nosotros también”, cuando terminábamos de cantar subíamos a las aulas y nada mas llegar teníamos que rezaran padrenuestro, en fin que no comían el coco poco a poco.
Hacia media mañana nos daban un desayuno compuesto por leche y queso, ni que decir tiene que por si no lo sabían por aquellas fechas y como si de un país tercer-mundista se tratara, los americanos nos habían mandado su ayuda, que consistía en leche en polvo que había que deshacer con agua, y se diluya bastante mal quedando llena de grumos e imbebible y un queso amarillento, con un aspecto bastante preocupante en cuanto a su calidad y conservación, por lo que la mayoría, por no decir todos los alumnos del centro no nos lo tomábamos, buscamos un lugar en el patio del recreo, donde poderlo tirar sin que nos vieran para que no castigaran.
Salíamos a la comida y por la tarde volvíamos un par de horas mas al colegio, debiendo volver a formar, etcétera, etcétera.
Al llegar a casa merendaba, me acuerdo de mis meriendas, y las comparo con las de mis hijos de ahora y no tenían nada que ver, pero que ricas me parecían entonces y que buenos que estaban aquellos bocadillos de pan con aceiten azúcar o aquellos otros de pan pringado con una pasta que sé hacia con aceite, vinagre, sal y pimentón, se mezclaba todo esto y con la misma miga del pan se pringaba en las dos mitades de la barra y luego metías la miga empapada de aquel mejunje y te lo comías como si fuera un bocadillo, entonces también y de vez en cuando me ponían un bocadillo de sardinas en aceite, o de mortadela o de tocino entrepelado salado que por cierto, a falta de jamón estaba estupendo, terminada la merienda, Solía salir a la calle a jugar con los vecinos y amigos de mi misma calle, la verdad juguetes no teníamos pero disponíamos una gran variedad de juegos físicos o tranquilos para jugar entre chicos solos y otros para poder jugar mezclados chicos y chicas.
Estaba el juego de dola o pídala, que consistía en que uno de nosotros la “ligaba” o se ponía agachado como si fuera a coger algo del suelo, los demás uno a uno, iba saltando sobre él realizando una serie de ordenes que daba el jefe, que era el primero de la fila. Las ordenes ahora me suenan bastante raras, pero entonces todos las entendíamos, por ejemplo: tabaca, lique, culada, azote a la remanguille, azote paleto, etc.
También estaba el rescate que consistía en hacer dos equipos del mismo numero de chicos, o chicos y chicas mezclados, y correr un equipo detrás del otro y cada vez que en carrera tocaba a uno, este debía de quedarse quieto, si conseguían parar o hacer prisionero a todo el equipo contrario, que es como se llamaba a esta operación, ganabas el juego, pero claro que no era tan fácil presa cada uno que hacías prisionero, le podía salvar otro jugador de su equipo simplemente con tocarle, quedaba libre y vuelta a empezar, por lo que te obligabas a que cada vez que hacías un prisionero tenias que quedarte al lado de este, para evitar que un compañero lo librase. El juego duraba bastante por que al final estaba cada prisionero con su guardián y siempre quedaban los dos últimos corriendo uno detrás del otro hasta que le alcanzaba y ahí acababa el juego.
El juego del pañuelo, tula, señorita me permite, el escondite normal, el escondite ingles, algunos mas que no me acuerdo, que unían a toda la chiquillería de una zona de la calle o de toda la calle sino era muy larga.
Había una serie de entretenimientos más tranquilos, colecciones de cromos de jugadores de fútbol, cambio de cromos, jugaba también con los cromos a cara o cruz, a pares o nones, a los montones, él mas alto ganaba, nos cambiábamos tebeos y comías que entonces no se llamaban así. Me acuerdo de tebeos de aventuras como EL JABATO, EL CAPITAN TRUENO, EL GUERRERO DEL ANTIFAZ, FLAS GORDON, ROBERTO ALCAZAR Y PEDRIN, HAZAÑAS BÉLICAS, EL PEQUEÑO AVENTURERO, y luego estaban los tebeos de “risa” como, TBO, MORTADELO Y FILEMON, PULGARCITO, y muchos mas que no me acuerdo.
Hacíamos carreras de chapas en pistas que hacíamos en la arena, con peraltes incluidos, también hacíamos equipos de fútbol, con el nombre de un jugador de verdad encima de la chapa, dibujábamos un mini campo de fútbol, y con un garbanzo a guisa de balón, a ver quien metía mas goles.
Con las canicas se jugaba al pozo, teníamos bolas o canicas de varios tamaños y diferentes materiales. Las había de barro, de china, de acero, de cristal pero las mejores eran las de china, con ellas se podían romper las de barro y las de cristal ya que el juego consistía en dar con tu bola a la del contrario o contrarios y después meterla en el pozo antes que él. Se entiende que había un orden alterno de juego.
Se jugaba también al “palmidao”, con una piedra lisa, normalmente una piedra de rió, o con un
Tacón de un zapato viejo, uno lo lanzaba a lo lejos y la otro tenia que conseguir, tirando después de este darle con su piedra o dejarlo lo suficientemente cerca de la suya que midiendo con la palme de la mano extendida tocara ambas piedras. El que lo conseguía un numero estipulado de veces era el ganador.
En el barrio o mejor dicho en mi calle, como en todas las calles de los alrededores, había una especie de bandas o grupos muy determinados, no éramos violentos sino mas afines unos a otros. Normalmente eran dos grupos a saber. El de los moderados o más instruidos, o que sus familias, eran mas o menos educadas y el de los mas “golfetes” o con familias mas desarraigadas o más necesitadas.
Había otro grupo que era el de los independientes en el que me encontraba yo, respetábamos a ambos grupos y ellos nos respetaban a nosotros. Me acuerdo que en este grupo solo estábamos dos, Felipe y yo que además vivíamos en el mismo portal.
Uno de los grupos lo capitaneaba Emilio Anquita, que era un chico andaluz bastante bruto en cuanto a lo físico, pero muy buena persona, era el grupo moderado. Los golfetes lo capitaneaba Manolo Limón “Manolote”, como axial le llamábamos, vivía también en mi portal, en la puerta de calle, este era más violento y muy gallito, no iba al colegio y estaba en la calle todo el DIA y todos los vecinos de la calle le conocían por sus gamberradas, bastante inocentes comparadas con lo de ahora.
En el invierno salía poco a la calle entre semana, sé hacia de noche enseguida y mis padres no me dejaban salir, los fines de semana, bueno el sábado por la tarde y el domingo es cuando jugaba con mis amigos.
El verano era diferente, como no nos íbamos de vacaciones a ningún sitio me lo pasaba todo el dia en la calle jugando, hay que tener en cuenta que no había televisión, ni videos ni ningún juego parecido a los de ahora ni teníamos una habitación con sitio para estudiar ni hacer nada ya que los pisos eran muy pequeños y nosotros éramos seis, cuatro hermanos, padre y madre.
En verano aparte de los juegos anteriores, y aprovechando que vivíamos en las afueras de Madrid, nos íbamos a bañar al canal de Isabel II, el canalillo lo llamábamos que pasaba muy cerca de mi casa, ya que había campos, había huertas, había gente que tenia patios con animales domésticos, bueno vivíamos en una capital pero estábamos en el campo, como iba diciendo nos bañábamos en el canalillo sin que se enteraran nuestros padres, no tenemos bañador y no podíamos volver a casa con la ropa mojada, axial pues nos desnudábamos y axial no mojábamos la ropa. Había un guardia jurado que vigilaba el cauce del canal y debíamos tener cuidado que no nos viera, por que estaba prohibido el baño, entonces antes de nada teníamos que vigilar a ver donde estaba y uno de nosotros se quedaba de guardia un rato, para avisar si venia y salir corriendo descalzos y con la ropa en los brazos como podíamos, pues si nos agarraba nos quitaba la ropa y hacia que fueran nuestros padres a por ella. Alguna vez nos paso a alguno de nosotros y fue bastante desagradable.
También nos íbamos a la huerta del Obispo, nunca supimos porque se llamaba axial, nunca vimos a ningún obispo, íbamos a robar tomates y pepinos y algo de fruta como higos y ciruelas. Había un gran riesgo en estas operaciones, teníamos que saltar una valla, había un vigilante con una escopeta de sal, no es que fuera la escopeta de sal, era de cartuchos, pero disparaba cartuchos de sal, y por propia experiencia he de decir que si te daban, se sentía un gran dolor durante unos días, ya que la sal gorda se clavaba en la ropa y en las partes blandas, por ejemplo en el trasero y durante unos días no podías ni sentarte, no hacia herida, pero escocia una barbaridad y lo digo por experiencia, pero bueno, era parte del juego y ese punto de riesgo, hacia que la aventura fuese mas interesante, siempre volvíamos, no escarmentábamos.
Dentro de las casas el calor en verano era agobiante, por supuesto no había aire acondicionado, si acaso, un pequeño ventilador que daba mas ruido que aire, para combatirlo me acuerdo que todos los vecinos por la noche, sacábamos mantas al patio, las poníamos en el suelo a la puerta de la casa, nos tumbábamos encima de ellas, sin colchón ni almohada y nos daban las tantas de la madrugada, hasta que la casa se refrescaba y entonces entrábamos para dormir. En el patio había ocho viviendas, y casi todas éramos familias numerosas de mas de cuatro hermanos y el matrimonio, se puede imaginar el alborozo, los gritos y el jaleo que se formaba, era muy divertido, la gente en las comunidades vivía en la calle, se hablaba todo el mundo. De vez en cuando alguien se peleaba, sobre todo de palabra, con insultos, normalmente no se llegaba a las manos, si que vi. Alguna pelea de mujeres, se tiraban de los pelos, se arañaban y sobre todo se insultaban, eran muy diferentes a las peleas entre hombres.
Algunos domingos mis padres nos llevaban a la dehesa de la Villa, era un parque parecido al Retiro pero menos cuidado, mas campo. Llevábamos preparada la merienda y había chiringuitos que entonces se llamaban merenderos, ellos ponían las mesas, te vendían las bebidas y tu llevabas la comida. Iba toda la familia, jugábamos a la pelota y a las cartas entre nosotros, lo pasábamos muy bien. Recuerdo que para ir a este lugar teníamos que tomar el tranvía, no era mucha distancia, unos dos o tres kilómetros, pero el viaje en tranvía era muy divertido y entrañable. Mis padres cuando regresábamos, nos hacían siempre una oferta, si queríamos volver andando, con el dinero que se ahorraba del precio del viaje, nos compraba unos helados, si queríamos volver en tranvía, no había helados, ni que decir tiene que hacíamos deporte, hacíamos a pie los dos o tres kilómetros tan contentos.
A los nueve años, a mi padre por medio de la empresa que trabajaba, me dieron una beca para estudiar en un colegio privado, tenia un nombre muy rimbombante, “Centro de Instrucción Comercial e Industrial”, estaba ubicado en la Puerta del Sol y nosotros vivíamos en Alvarado por lo que para ir al colegio tenia que coger el metro o el autobús. Con mis nueve años iba todos los días yo solo, tenia que coger el metro y en aquellas fechas, por la mañana iba de bote en bote. Para colmo llevaba la cartera con los libros y cuadernos propios y además comía en el colegio, pero tenia que llevar yo la comida. Mi madre me ponía la comida en una tartera de aluminio y me la metía junto con el postre, en una cesta de mimbre y me daba dinero para comprar el pan. Había veces que iba tan lleno, que no podía entrar en el vagón y tenia que esperar al siguiente, alguna vez espere varias veces.
El colegio era un edificio muy grande y muy antiguo, daba por un lado a la Puerta del Sol y por delante a la plaza de Pontejos. Tenia varios pisos y en cada piso había unas galerías muy grandes, con las aulas por asignaturas, cada curso de bachillerato tenia diferente hora pero en el mismo aula, por lo que en la clase de estudios que era muy grande, cuando teníamos tiempo entre clase y clase, nos juntábamos alumnos de todas las edades o sea de nueve a catorce añoso mas si había repetidores de curso. Aquí pasaría los próximos cinco años, el ingreso y hasta cuarto de bachillerato. Había hasta sexto pero yo lo deje en cuarto y me puse a trabajar, para disgusto de mis padres que querían que siguiera estudiando, ya lo contare mas tarde.
El ir solo al colegio solo, teniendo que tomar transportes a tan corta edad (nueve años), creo que me hizo crecer mas aprisa, salía de casa a las siete y media de la mañana para llegar antes de las ocho al metro, pues hasta esa hora, casi por el mismo precio te daban un billete de ida y vuelta, había que reducir gastos pues éramos muchos en casa y trabajaba solo mi padre, bueno mi madre compro una tricotosa y empezó haciéndonos los jerséis a la familia, pero acabo haciéndolos para la calle para tener unos ingresos extras, se pegaba grandes palizas, me acuerdo que después de realizar las labores de la casa, tenia que tejer y coser todas las prendas que hacia. Compraba las madejas de lana y había que devanarlas pasándolas a unos usos o rodillos para poder trabajar en la maquina, la devanadora era una maquina compuesta por un artilugio en el que se colocaban las madejas y una especie de torno con una manivela, se ponía el uso en una especie pincho y girando el manivela, se iba pasando la lana de la madeja al uso o, rodillo. Esta operación era muy lente y pesada ya que muchas veces se rompía el hilo de lana que era muy fino y había que hacer un nudo muy ligero para que al tejer no abultara, yo era el rey del devaneo, después del colegio le devanaba las madejas y mi madre por cada una me daba un real (veinticinco céntimos de peseta), que me pagaba cada fin de semana, para que axial pudiera ir al cine o comprarme alguna chulería extra, pues mi padre todos los domingos me daba creo recordar una peseta y con eso no daba para mucho.
El sistema de estudios de aquel colegio nos resultaba bastante cómodo, teníamos muchas horas libres entre asignaturas y los días que hacia buen tiempo en lugar de ir a clase de estudio, nos íbamos a dar una vuelta por los alrededores, estábamos en el centro y teníamos a mano cantidad de sitios a donde poder ir. Desde la Plaza Mayor a los jardines de Sabatini del Palacio Real, pasando por los billares de la calle Cadiz y los Almacenes Arias en la Calle de Preciados, no es que hubiera mucho que ver pero tanto en Arias como en Galerias Preciados hurtabamos pequeñas cosas como cortaúñas, bolígrafos y cosas así, que luego se las vendíamos a los niños pudientes del colegio.
Se me olvidaba decir que en el este colegio, los becarios éramos los hermanos pobres, los bichos, en un colegio de moda en la época.
No recuerda el nombre de los profesores, pero si de las características de alguno de ellos, por ejemplo el de literatura era bajito, calvo, viejo y de malas pulgas, por nada que hicieras te regañaba, no te castigaba pero a veces llegaba a insultarte y a desprestigiarte llamándote cualquier cosa que había que te hería.
El de Latín se llamaba “Don José Maria”, era un buen profesor, simpático, atento, agradable y sobre todo, sabia conectar con nosotros. Para toda la gramática, tenia coletillas y hacia que las clases resultaran amenas y entretenidas, amen de aprender fácilmente las explicaciones que nos daba, recuerdo que para las preposiciones (no se me han olvidado), no decía, “recordad esto, “ALI ES SERENO” en latín eran a, li, ex. Si, ne, num, que leyéndolas seguidas era el famoso Ali que era sereno. Para los pluscuamperfectos de indicativo de los verbos, nos cantaba una canción que decía mas o menos esto “ a mí me gusta por la mañana, después del café bebido, pasearme por la Habana con el cigarro encendido, ayyyyyy, Según las notas que sacábamos cada mes, nos colocaba en la clase y a la que mejor nota sacaba, le nombraba jefe para todo el mes y cada vez que se ausentaba el profesor del aula, este alumno se quedaba de vigilante. Cada vez que nos sacaba a la pizarra o a preguntarnos algo decía: fulano a la palestra, según como respondíamos a lo que nos preguntaba, nos daba una especie de puntos, que me acuerdo que los hacia recortando de las cajetillas de tabaco de la marca, Ol Gold y Luki los redondeles de sus anagramas y los pegaba sobre carton, con lo que parecían monedas, unas doradas que eran las buenas y valían como un diez, y otras rojas y estas valían cinco, Al fin del mes según tuviéramos mas o menos puntos, nos ponía la nota.
El de francés, era un tío muy raro, fumaba en cachimba, y se pasaba toda la clase, encendiéndola daba dos o tres chupadas y se le volvía a apagar, por lo que en una hora de clase, realizaba la operación muchas veces. Si no sabias la lección, o habías echa mal los ejercicios que te pedía, te castigaba a ir el sábado por la tarde a las cinco de la tarde hasta las ocho, te ponía ejercicios y cuando los terminabas se los entregabas, en ese mismo momento los revisaba, si estaban bien te dejaba ir antes de las ocho, si no, no había nada que hacer, te quedabas toda la tarde, ya era malo tener que ir en un DIA libre, sino que encima los tubos fluorescentes del aula, deberían estar mal y tenían un sonido parecido a un zumbido que se te metía hasta el fondo del cerebro y era incomodísimo y con el silencio que había, tengamos en cuenta que el colegio estaba cerrado, no había clases los sábados por la tarde No sentíamos ningún ruido, todo silencioso, solo el profesor y nosotros.
Teníamos una asignatura muy “original” se llamaba con el rimbombante nombre de FORMACION DEL ESPIRITU NACIONAL, imaginar los temas, la cruzada Nacional, el glorioso Movimiento y varios temas parecidos, todo para ensalzar al caudillo al generalísimo al adalid, al gran Francisco Franco, caudillo de España por la gracia de Dios, como por entonces figuraba debajo de su efigie en todas las monedas de las pesetas de la época.
El libro que teníamos que llevar a esta clase era el de Platero y Yo de Juan Ramón Jiménez y no sé todavía por que.
Teníamos un gimnasio con bastantes aparatos y pocas colchonetas, teníamos que hacer los ejercicios en el suelo, era de madera y estaba muy viejo, cada vez que te movías para hacer algo, te clavabas astillas y era muy doloroso, pero éramos niños y no podíamos quejarnos, recuerdo un día que jugando en el gimnasio un tal Aboli, me hizo alguna jugarreta y salio corriendo, yo me estaba atando las zapatillas de gimnasia, pues teníamos que cambiar de calzado para la clase, y le lance la que tenia en la mano con tan mala fortuna que Aboli se volvió a mirar si le seguía y se encontró con la zapatilla volando, no pudo evitarlo, le di en la para la altura de los ojos, dio un grito y se tiro al suelo gritando desesperadamente, Yo pensé que estaba haciendo teatro, pero no, gritaba de dolor no veía nada, estaba ciego, que Tomas el que le había tirado la zapatilla. Me acerque a ver que pasaba y a recoger mi zapatilla, que me pareció más importante, estaba el profesor con él, trajeron del servicio una toalla mojada en agua y con ella le limpiaron los ojos, al cabo de unos minutos le volví la vista, pero por unos momentos todos los presentes lo pasamos mal, sobre todo yo, si le hubiera pasado algo tendría problemas, después de esto seguimos la clase y no se volvió a hablar del tema, yo particularmente nunca volví a tirar ninguna zapatilla a nadie.
Como ya he contado, estuve en este colegio cinco años, hasta terminar cuarto de bachiller, me pasaron muchas anécdotas pero me figuro que serán iguales que a cualquier estudiante, por lo que las pasare por alto, volveré a mi barrio, que durante esos cinco años, pasaron muchas cosas interesantes.
Durante el curso escolar, salía pocas veces entre semana a jugar con mis vecinos, prácticamente solo los domingos y hasta que anochecía, eran las normas de casa.
En verano era diferente, prácticamente estaba todo el día en la calle, jugando y disfrutando del buen tiempo, recuerdo que alguna vez, fuimos de vacaciones al pueblo de mi padre, se llamaba, Villafuerte de Esgueva y estaba en Valladolid. Tenia un castillo medieval y un rió que pasaba a unos dos kilómetros. Mi abuelo tenia animales y tierras con sembrados y como íbamos en periodo de la cosecha, mis hermanos y yo, íbamos a la era a trillar. Era muy divertido para unos niños de Madrid, yo nunca había visto nada parecido, enganchaban dos caballos o mulas a un “trillo”, que era una especie de rectángulo de madera que en la parte de arriba se ponía una persona con las riendas de los animales y por la parte de abajo tenia unas incrustaciones de trocitos de pedernal, afilados como las hachas de la edad de piedra.
Ponían en la era las espigas de lo que fuera, bien trigo o cebada o cualquier otra gramínea de temporada y con el trillo encima dabas vueltas en circulo, hasta que la paja se separaba del grano, y lo amontonaban en el centro de la era, volvían a poner mas espigas y vuelta a empezar hasta la puesta del sol, hasta que se acababa lo que se había cosechado. Al principio era divertido, después pesado y después era un castigo si no nos portábamos bien.
Cazábamos pájaros con una vieja carabina de perdigones que mi padre tenia en el pueblo, mi hermano mayor y yo discutíamos por cogerla, por que no éramos capaces de compartirla, un día estaba en el patio de la casa de mi abuelo, cazando debajo de la higuera, entro mi hermano gritando pidiéndome la carabina, no sé que paso, me volví y sin apuntar dispare sin darme cuenta, le di en la frente, entre los dos ojos, menos mal que tenia poca fuerza y únicamente le hice un chichón, mi padre cuando se entero, nos la quito y no nos la dejo mas esas vacaciones.
Había baile en el casino del pueblo todos los domingos, allí se juntaba todo el mundo, niños, jovencitos, padres, abuelos, todos los habitantes que tenían ganas se acercaban par echar un baile, tomar algo o simplemente a mirar o hablar y no me extraña pues no había cines ni mas bares que el del casino. Aquello era nuevo para mí, los chicos sacaban a bailar a las chicas, no importaba la edad todos bailaban, yo no-tenia ni idea, era muy pequeño y en Madrid nunca lo había visto, y había niñas que querían bailar conmigo, por que ser “madrileño” o de la capital, llamaba la atención, pero había un problema a los niños no les gustaba que un forastero como nos llamaban, bailara con sus novitas, ponían toda clase trabas para aburrirme y que las dejara en paz, pero yo no iba a ellas eran ellas las que querían hablar conmigo, para preguntarme como era Madrid, y que hacia yo, antes de ir al pueblo. Al final me hice amigo de los chicos de mi edad, me llevaban al río a bañarnos y a cazar cangrejos, había muchísimos, recuerdo que alguna vez fui de cangrejos con mi padre y en poco mas de una hora, sacamos un cubo lleno, fácilmente había mas de cinco kilos, al volver hacia el pueblo, pasábamos por una fuente natural y copiamos berros que luego los echaban en las ensaladas y estaban muy buenos.
Con los animales era divertidísimo, eso de buscar los huevos de las gallinas y de los patos, alimentar a los cerdos, pasear con un burro que se llamaba Polin, correr tras los pavos, eran experiencias totalmente nuevas y maravillosas, inenarrables para mí.
De vuelta a Madrid seguía de vacaciones hasta septiembre por lo que seguiré narrando otras actividades en las que ocupaba mi tiempo libre, que era todo el día, ya que en el colegio no nos ponían tareas
En la parte donde empezaba la calle donde vivía, había un descampado donde jugábamos al fútbol, la portería la teníamos pintada en una pared que pertenecía a la parte trasera, mas bien un terreno diáfano que pertenecía a un cine el Europa.
En verano le instalaban un ring, y por las noches se celebraban veladas de lucha libre americana y de boxeo, nosotros trepábamos por la pared exterior, nos encaramabanos en el borde de la tapia y desde allí veíamos las peleas, algunas veces venían a echarnos, pero como estábamos muy alto y no alcanzaban a tocarnos, no hacíamos caso y al final se aburrían y nos dejaban en paz. Pasado los años, veía aquella y pared pensaba ¿ cómo había podido subir a aquella pared, cuando era más pequeño?, La veía ahora y me parecía imposible escalarla.
En ese mismo solar estaba ubicado un pilón antiguo, no-tenia agua y lo usaban para echar en los cajas, embalajes y toda clase de papeles inservibles de unos almacenes que había en el mismo edificio del cine, saltábamos la valla y sacábamos los cartones que allí había y los llevábamos a la traperia y los vendíamos, repartiendo lo que nos daban entre los que habíamos realizado la operación, con el importe del botín, cobrábamos sobres de cromos y axial podíamos completar alguna colección ya que nuestros padres no podían darnos dinero para esto.
Al hilo de lo anterior coleccionábamos cromos de paisajes de España, era una colección de doscientos cuarenta mini cromos, podían medir unos tres por cinco centímetros de lados, no los vendían, eran boletos de una rifa benéfica (LA TOMBOLA DIOCESANA DE LA VIVIENDA), los vendían dentro de un sobre, a una peseta cada uno, la gente los compraba, los abría y por la parte de atrás si tenia premio, ponía el nombre del premio, o de un numero para el sorteo de premios gordos, coches, pisos, lavadoras, etc. Los que no tenían premios lostiraban, ahí entrábamos nosotros, nos poníamos a su lado y les pedíamos los sellos que no tenían premio, también los buscábamos por el suelo, y así los coleccionábamos y nos cambiábamos los repetidos, también los podía vender el rastro que ponían los domingos en el barrio de Tetuán, al lado de mi calle.
Aunque estaba cerca, siempre que podíamos subíamos el tranvía, pero no dentro del mismo, sino colgados en la parte de atrás, sobre el para-choques y agarrados a una cuerda que colgaba del trole, que valía para volver a poner el trole en su sitio, cuando se salía del cable, con lo cual muchas veces al subirnos sin darnos cuenta airábamos de esa cuerda y hacíamos que se saliera de su sitio y el tranvía se paraba, el cobrador se bajaba y nos echaba insultándonos por haberle echo trabajar, con lo a gusto que estaba sentado en su sitio, antes había un conductor y un cobrador, sentado al lado de la puerta de entrada. No veíamos peligro en estas maniobras, pero ahora lo pienso y eran verdaderas locuras.
Teníamos a nuestro alcance cantidad de opciones para ocupar nuestro tiempo libre, a falta de juguetes, ordenadores, video consolas y todos los juegos que existen en la actualidad, teníamos cosa que ahora serian impensables, vivíamos en Madrid, pero estábamos en el campo, podíamos sin esfuerzo y al lado de casa de ir a “robar”, higos, melocotones, moras, tomates, pepinos o cualquier cosa que se cautivara, pues cerca de aquí teníamos de todo y era divertido y peligroso lo que lo hacia atractivo.
Todo lo que hacía tenia un riesgo controlado, no nos costaba ningún esfuerzo urdir artimañas, planificar actuaciones y cualquier cosa que se nos ocurriera, lo hacíamos sin ver ningún problema y por mero entretenimiento. No haciamos daño a nadie, no éramos delincuentes, aplicábamos la picaresca propia de nuestra edad, y nuestros propios impulsos.
Se me olvidan muchas cosas, pero recuerdo con entrañables sensaciones anécdotas como cuando se celebraba la verbena del Carmen, instalaban todas las atracciones en un descampado, al lado del campo de fútbol del Real Madrid (el Santiago Bernabeu), actualmente te denomina, Azca que aglutina la zona comercial y económica más importante de Madrid, entonces como he dicho era campo pelado. Las atracciones las colocaban en medio de este campo, no había agua y los feriantes necesitaban de ella para todo ya que durante el tiempo que duraba la feria, Vivian en caravanas y carretas allí mismo. La primera vez que fuimos a ver como lo montaban, los feriantes nos dijeron que si íbamos a por agua para ellos, nos daban pases y fichas para subir a las atracciones. Aceptamos y con cubos que nos proporcionaban, acarreábamos el agua desde el Canal de Isabel II, que pasaba cerca de allí, y se la llevábamos en varios viajes, acabábamos muy cansados, pero merecía la pena, pues además de ocuparnos toda la mañana, las fichas y pases que nos daban, por la tarde noche, vendíamos algunas y otras las utilizábamos nosotros, conseguíamos diversión y dinero para nuestros gastos durante la feria.
Cuando acababa la verbena, llegaba casi todos los años el Circo Americano, ocupaba prácticamente los mismos terrenos que la feria y tenían las mismas necesidades, nos ofrecíamos para el acarreo de agua y también les proporcionábamos comida para las fieras que llevaban para el espectáculo. Cazábamos para ellos perros y gatos, había muchos sueltos que no tenían dueño, nos pagaban creo recordar a diez pesetas por cada gato y veinte, por cada perro.
Empezaron a edificar cerca de nuestra calle en lo que hoy es la avenida del general Perón, hicieron una gran avenida con jardines, pisos de lujo, cazadas muy anchas, en fin muy bonito, pero no era para nosotros, empezó a venir a vivir gente con dinero y muchos americanos de la base aérea de Torrejón, que habían inaugurado recientemente.
La verdad es que pasamos mucha envidia, hasta entonces no habíamos tenido necesidad de bicicletas, patinetes y demás juguetes que trajeron los niños americanos. Al principio mirábamos sus evoluciones sin decir nada, al poco tiempo nos arrimábamos a ellos y les decíamos si querían jugar con nosotros, si nos dejaban la bicicleta o el patín, y ellos no querían, no nos lo tomamos bien la negativa y nos fuimos, pero decidimos que al día siguiente y en adelante, les declarábamos la guerra a la ocupación de los niños americanos a nuestro querido barrio.
En los días siguientes empezamos a quitarles los juguetes, darnos unas vueltas con sus bicis y después de usarlas las tirábamos por unos terraplenes cercanos también empezamos las peleas, la guerra había empezado. Había americanos de todos los colores, blancos, negros, amarillos, colorados, yo nunca había visto nada parecido. Los hispanos, que asieron son autodefinían ellos mismos, hablaban español, un español muy raro pero suficiente para entendernos, eran sobre todo portorriqueños, y nos dijeron que aunque eran americanos, odiaban a muerte a los americanos blancos y se unieron a nosotros, para pegar e incordiar a los de ellos.
La vida seguía y nosotros nos acostumbramos haber a los americanos como a nuevos vecinos y dejamos de meternos con ellos.
Pero el barrio había cambiado con la llegada de los americanos toda la zona mejoro municipalmente hablando, pero los chicos del barrio perdimos, ya que la urbanización nos dejo sin muchas de nuestras zonas de juegos, donde antes había campo ahora eran edificios y donde había edificios no podíamos jugar al fútbol ni a muchas de nuestras actividades al aire libre.
Pero no importaba, había mucho que hacer. Al hacernos un poco mas mayores empezamos a desarrollar otras actividades, teníamos el campo de fútbol de Real Madrid al lado de casa, los días de partido desde nuestra calle oíamos cuando marcaba un gol el Madrid y eso creo afición en casi todos nosotros. Íbamos al estadio y nos colábamos a los partidos, era muy fácil, trepábamos por la fachada hasta el primer anfiteatro, ahora seria imposible, entonces la fachada tenia una especie de hendiduras horizontales, una cada medio metro mas o menos, con lo cual poniendo los pies en una y las manos en otras subíamos como si fuera una escala, a unos tres o cuatro metros de altura había unas grandes ventanas sin puertas, al aire libre, comunicaban con el primer anfiteatro y con la grada lateral baja, a partir e ahí podíamos ir a cualquier parte del estadio, siempre burlando a los acomodadores del club que a veces nos pillaban pero no pasaba nada, únicamente nos echaban a la calle y nada mas. Ni que decir tiene que si era un buen partido, lo volvíamos a intentar.
Alrededor del estadio hicieron varias calles asfaltadas, que solo abrían los días de fútbol, y en ellas encontramos unas excelentes pistas de patinaje, no pasaban coches y eran totalmente llanas, sin obstáculos, pero no todos teníamos patines por lo que ingeniamos unos carritos que nos hacíamos nosotros mismos, los hacíamos con una tabla o plancha de madera o de lo que encontrábamos a mano, con palos de escoba o algo parecido confeccionábamos un eje trasero, que clavábamos en la parte trasera de esta plancha, en los extremos de este eje embutíamos unas ruedas de rodamientos, de las que retiraban en los talleres cuando hacían alguna reparación de coches, asimismo en la parte delantera poníamos un manillar totalmente casero, se componía de un palo del mango de una pala o pico mas o menos, Sé hacia un taladro en el centro para atravesar en el un tornillo grueso a modo de eje, para poder girar en ambas direcciones, este eje también atravesaba la plancha del cuerpo del carro, así quedaba sujeto pero a la vez con movimiento como el manillar de una bicicleta, en la parte posterior se ponía una rueda de rodamiento, mayor que las traseras ya que hacia de dirección. Para hacerse una idea este injerto se parecía a un patinete de tres ruedas, pero mucho mas bajo ya que levantaba solamente unos diez centímetros del suelo, la base tenia mas o menos cincuenta centímetros de ancho y sesenta o setenta centímetros de largo. Nos sentábamos de lado dejando una pierna fuera del vehículo, el pie lo apoyábamos en el suelo e impulsábamos el carrito parecido a como se hace con un patinete pero al ras del suelo. Hacíamos carreras, y competiciones de todo tipo, era alucinante, a veces nos íbamos a la colonia del Viso que estaba al lado del estadio, eran calles bien asfaltadas y casi todas en cuestas pronunciadas, transportábamos los carritos hasta arriba de la cuesta y nos tirabamos desde arriba. Se alcanzaban grandes velocidades, ahora lo pienso y veo el gran peligro que corríamos, pero entonces no lo pensábamos siquiera, por aquellas calles pasaban coches, pero no nos importaba, éramos expertos conductores de carritos de rodamientos, no teníamos miedo, no estaba bien visto eso de tener miedo, éramos unos machitos. Mas de uno se dejaron algún diente en el asfalto, pero bueno eran gajes del oficio.
Al lado de casa pusieron una sala de billares y futbolines, yo nunca había visto un billar y me llamo mucho la atención, era un local bastante grande, en la planta baja tenia acinco mesas de billar francés o sea de carambolas y por lo menos ocho o diez futbolines, también tenían maquinas de juego de petacos que tampoco las había visto nunca, eran muy divertidas. Aquella sala de billar se convirtió en el centro de reunión de mucha gente de los alrededores sobre todo en invierno, el jefe del local nos dejaba estar en el local aunque no estuviéramos jugando, ya que cuando teníamos dinero nos lo gastábamos allí, éramos clientes habituales.
Me gustaba mucho el billar, aprendí bastante, se me daba muy bien, tendría unos diez o doce años y era realmente hábil para el billar, había un señor que iba a jugar todas las tardes, iba el solo y siempre invitaba a alguien a jugar contra él, cuando un día me vio jugar a mí me dijo que el podía enseñarme la técnica del juego y asentí, a batir de entonces casi siempre me buscaba a mi como contrario, ni que decir tiene que a mi me venia muy bien, no pagaba y jugaba y aprendía, se puede pensar que aquel hombre pidiera algo a cambio pero no fue así, nunca pidió nada, al contrario siempre cuando acabábamos de jugar me daba la mano y me felicitaba por mi aprendizaje. En verdad creo que llegue a ser uno de los mejores jugadores de esos billares, la gente del barrio no quería jugar contra mí ya que el que perdía la partida pagaba el importe del marcador, para que jugaran contra mi tenia que darles carambolas de ventaja, por ejemplo si la partida se acordaba a ochenta carambolas, que era lo normal, según el nivel del contrario, tenia que darles de treinta a cuarenta de ventaja, o sea yo empezaba con cero carambolas y mi contrario empezaba con treinta, el tenia que hacer cincuenta carambolas antes que yo hiciera ochenta.
También aprendí a jugar al futbolín bastante bien, hacíamos campeonatos y maratones de futbolín y nos lo pasábamos muy bien, yo creo que llego un momento que casi todo el tiempo libre lo pasaba allí.
Mis padres me daban la “propina” los domingos, pero debo decir que mi padre era electricista, trabajaba el solo en casa y éramos seis de familia, con lo cual la paga dominical era escasa muy escasa. A diferencia los niños de la misma edad de aquella época a la de ahora, hay una gran diferencia, los de ahora lo tienen todo a mano, no tienen que fabricarse ningún juguete, no tienen preocupaciones monetarias, están bien subvencionados, los de entonces teníamos que agudizar el ingenio y en verdad que lo hacíamos, éramos más maduros, menos niños, voy a poner un ejemplo de los inventos que hacíamos para sacar un dinero extra, hablo de diez o doce años. Había entonces una especie de revista que salía únicamente los domingos por la tarde y se vendía solamente en la calle, se llamaba la “ceta” y su contenido eran los resultados de los partidos de fútbol de ese domingo y la quiniela, y se vendía como digo en la calle, a la salida de los cines y en las bocas del metro, la gente la compraba para ver la quiniela, no había televisión como ahora y era la forma más rápida de enterarse de los resultados de los partidos. Pues bien, la imprenta donde la editaban buscaba chicos para venderla y ahí estaba yo dispuesto a hacerlo, nos pagaban veinticinco céntimos por cada una que vendíamos, su precio de venta era ochenta céntimos, llegue a vender en un par de horas que estaba unas quinientas en la boca del metro de Alvarado y en la puerta del cine Europa, aquello era una mina, sacaba unas diez o doce pesetas, era una fortuna para un niño de mi edad, tenia solucionado el billar de toda la semana y algo mas
En verano como no había quinielas encontré otra forma de sacar dinero, me iba los domingos por la mañana al rastro con un amigo del barrio y allí a las ocho de la mañana ayudábamos a un vecino que ponía un puesto en el rastro, teníamos que sacar de una nave todas las cosas que vendía y colocarlas encima de unas lonas que ponía en el suelo, esto nos llevaba unas dos horas, después de esto nos quedábamos por allí hasta las dos de la tarde y le ayudábamos a recogerlo, nos pagaba, no me acuerdo de la cantidad, pero estaba bien para nuestra edad.
También en fechas señaladas, repartíamos flores de una floristería del padre de un amigo y aparte de las propinas que nos daban, nos pagaban algo por cada entrega que hacíamos, creo recordar que repartíamos siete u ocho ramos en la mañana, con lo que sacábamos un buen sueldo.
En mi casa no sabían nada de estos trabajos, hasta que un día mi madre me vio dinero en un bolsillo y al preguntarme de donde lo había sacado se lo tuve que decir, no la gusto que hiciera aquello, me dijo que no lo hiciera mas aunque también me dijo que no había hecho nada malo, pero que no eran trabajos para un niño. Ni que decir tiene que le dije que no lo haría mas, pero seguí haciéndolo con mas cuidado.
Recuerdo que en verano a un juego que jugábamos muy a menudo era a las chapas, bien haciendo carreras o bien haciendo equipos de fútbol y dibujando un campo de fútbol en el suelo de la calle y con un garbanzo a modo de balón, hacíamos campeonatos entre nosotros. Las chapas las decorábamos con la cara de los jugadores del equipo que elegíamos recortándolos de periódicos o de cromos que vendían para coleccionar, quedaban cultísimas, eran verdaderas obras de arte. Recuerdo como las transformábamos, sacaba un pequeño corcho que tenían pegado en la parte de dentro de la chapa, con cuidado de no romperlo pues después que forráramos de tela la chapa metíamos los bordes sobrantes hacia dentro y con el corcho y un poco de cola se lo volvíamos a poner, de manera que los bordes de la tela que forraba la chapa, se quedaban debajo del corcho y no se veía ningún borde, era genial, ya digo, una obra de arte.
También para hacer carreras con las chapas, las transformábamos pero de otra manera, sacábamos el corcho del interior y pegábamos la cara de un ciclista, luego poníamos un cristal encima y para que no se saliera le poníamos por los laterales cera o jabón y una anilla, hasta aquí todo muy bonito pero para transformar una chapa había que trabajar mucho y me explico. En primer lugar y como he dicho se despegaba el corcho del fondo, en su lugar se recortaba la cabeza de un ciclista famoso del momento y se pegaba en el puesto del corcho, para poner el cristal había que hacerlo redondo y de la misma medida de la chapa, como lo hacíamos muy fácil, buscábamos en los basureros que había por los alrededores, trozos de cristales rotos, era fácil de encontrar y si no lo encontrábamos, rompíamos con una piedra el cristal de algún farol y copiamos los trozos. Para redondearlos copiamos un trozo lo suficiente grande, marcaba con un lápiz de tinta el contorno de la chapa y con paciencia y mucho cuidado, lo íbamos dando forma metiendo el cristal de canto en la hendidura de un tornillo que tenían él los faroles que había en las calles, y moviendo y girando el cristal lo íbamos limando y dándole forma, hasta que encajaba en la chapa casi a presión, luego con paciencia ablandábamos la cera sobandota con la mano hasta que quedaba como un chicle y hacíamos con una anilla redonda, un poco mas pequeña que la chapa una especie de marco, con la cera o jabón entre la anilla y el borde interno de la chapa y que además de sujetar el cristal le daba un peso a la chapa que al empujarla con el dedo Corría mucho mas y era mucho más estable, hoy día deberían estar en un museo de artesanía.
Yo nunca tuve una bicicleta propia, pero no importaba, algunos domingos por la mañana y cuando tenia dinero me alquilaba una, era practica habitual en aquellas fechas el alquiler de bicis, las alquilaban por horas, tenias que dejar una señal y el carnét de identidad y como no lo teníamos buscábamos a algún mayor que diera la cara por nosotros, al poco tiempo y como ya nos conocía no teníamos problema aunque fuéramos solos. Según la calidad de la bicicleta, el precio del alquiler variaba, algunas de las bicicletas tenían nombre, por ejemplo a mí la que más me gustaba, era de carreras, que tenia cambio de marchas y varios piñones y costaba menos trabajo ir con ella que si alquilabas una de paseo, bueno a lo que iba, a eso de los nombres, la de carreras se llamaba “plata”, era preciosa, ligera y nueva, costaba mas del doble que as de paseo, pero merecía la pena, era una gozada correr con ella, llegabas el primero a cualquier sitio donde quedábamos, subía las cuestas con mucha facilidad, pero tenia un problema, al tener las ruedas de tubulares en vez de las de goma que tenían las de paseo, por las calles estaban las vías del tranvía y los tubulares eran muy finos y se metían dentro de la vía si no tenias cuidado y para volver a la calzada te las veías y te las deseabas, normalmente acabas en el suelo, y eso dolía.
Una parte de mi niñez-adolescencia, de los nueve a los catorce años, las pase en el colegio donde hice el bachillerato, tengo muchísimos recuerdos, buenos y malos pero los viví intensamente. El colegio tenia el rimbombante nombre de Centro de Instrucción Comercial e Industrial, “C.I.C.I.” y estaba fuera de mi barrio, yo vivía en cuatro caminos-Tetuán y el colegio estaba en la Puerta del Sol, por lo que tenia que coger el metro o el autobús todos los días para asistir al mismo. Era un colegio de pago, un colegio para ricos, pero la empresa en que trabajaba mi padre daba becas de estudio a los hijos de empleados para el bachiller o cualquier estudio superior, por lo que ahí estaba yo, un chico de barrio en un colegio de gente fina. Al principio fue algo duro pero con el tiempo y gracias a otros becarios como yo empecé el curso.
OOOOOO
Recuerdo que comía en el colegio, pero no como ahora que pagas la comida, no, había comedores y personal que lo atendía, pero la comida la teníamos que llevar de casa y en el comedor nos la calentaban y servían.
Imaginaros a un niño de nueve años, a las ocho de la mañana ir desde casa hasta la boca del metro más próxima, que aunque estaba cerca, me parecía lejísimos, no por la distancia, sino por que iba cargado con la cartera con el material escolar en una mano y en la otra, una cesta de mimbre con tapa y cierre y dentro, la tartera de la comida, la fruta y el pan, que antes de entrar en el metro tenia que comprar. Llegaba al metro antes de las nueve de la mañana, ya que hasta esa hora podías sacar un billete de ida y vuelta, que resultaba mas barato que si compraras un billete a la ida y otro a la vuelta, luego como llegaba muy pronto al colegio tenia que esperar un rato hasta que abrieran.
Tenia nueve años por lo que me correspondía hacer el curso que entonces se llamaba “ingreso” que era justo el año antes del primero de bachillerato. Este primer año fue bastante duro, en primer lugar por el transporte, tenia que ir solo al colegio desde Alvarado hasta la Puerta del Sol, en el metro y a horas punta, cargado con la cartera y l a cesta de mimbre con la comida, había veces que no podía entrar en el vagón por la cantidad de gente que había a esas horas, yo era un niño pequeño sin fuerzas para empujar, pues para entrar en los vagones había que empujar y mucho hasta hacer un hueco, ahora lo pienso y me parece imposible que pudiera viajar yo solo.
El colegio era totalmente diferente a los que había ido anteriormente, aquí la disciplina era mucho más severa que en colegios anteriores, no nos pegaban, que en otros si era practica habitual, pero nos castigaban con trabajos para hacer en casa, los fines de semana. Bueno mi etapa en el este colegio duro cinco años, desde ingreso hasta cuarto de bachiller y lo pase bastante bien.
CONTINUARA……….(Tal vez)
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